Sexo gay en las duchas con mi compañero hetero

Relato: En las duchas del Vestuario

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En mi instituto tenían habitaciones llenas de literas en la planta superior del edificio. De vez en cuando, organizaban convivencias por cursos durante el fin de semana, quedándonos a dormir allí y realizando muchas actividades y juegos.

Una de esas veces, no fue ningún amigo de mi grupo, así que no me quedó más remedio que pegarme a Alberto. Él y yo no éramos especialmente buenos amigos, no era mal tío pero había algo de él que me hacía ponerme a la defensiva. Quizás fuera su forma de moverse, tan seguro de sí mismo, o sus ojos claros que cuando se posaban en los míos parecían capaces de introducirse en mi mente.

Sin embargo, ese fin de semana comenzó a caerme realmente bien. Íbamos juntos en todos los juegos y nos retábamos el uno al otro. Durante los juegos nocturnos teníamos que recorrer el colegio a oscuras alumbrados únicamente por la luz de una linterna que llevaba él. En una zona más retirada del patio empezamos a hablar algo más sobre nosotros.

– Bueno… ¿y qué hay sobre ti? ¿Hay alguien de clase que te guste? – Me preguntó, buscando mi cara entre las sombras.

– No sé, hace poco que lo dejé con Carla, y desde entonces no he tenido muchas ganas de nada. ¿Tú sí?

– Vaya es verdad, pero no llegásteis a hacer nada, ¿no? – Y añadió sonriendo burlonamente – Sigues estando sin estrenar eh.

– Tampoco pasa nada por ser virgen, aún no hemos llegado ni a la universidad. De todas formas con tu micropene no creo que hayas podido hacer mucho.

– Ten cuidado, virgencito, no vaya a ser que te asustes. – Me dijo tras apagar la linterna y pararse en seco cerca de mí.

– Juégate algo, picha corta.

– Nada, no me apetecen esas mariconadas.

– Ya, convéncete a ti mismo de eso.

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Después de eso seguimos con los juegos nocturnos hablando muy poco. Se le notaba tenso, y a la hora de dormir vaciló con cambiarse a una litera más alejada de la mía, pero se quedó. Al día siguiente durante el desayuno estaba mucho más animado y volvimos a estar como antes de esa conversación. Pero si que bromeaba algo más metiéndose conmigo, a lo que yo le respondía, divagando hasta que Alberto comentó:

– Y oye, sobre lo que estuvimos hablando anoche, perdóname por haber estado algo brusco. – Añadió sonriendo. – Vaya, que no tengo problema en que veas mi pedazo de rabo.

– Jajajajaja, gracias por la oferta, pero no es que tenga mucho interés.

– Pues anoche no lo parecía… Y atacaste a mi ego.

– Anda ya. Sólo me defendía.

– Mira te propongo un juego, esta noche nos escaqueamos y jugamos a la botella. Cada vez que te señale te quitas prenda, y yo igual, el primero que se quede en bolas tiene que hacer algo que el otro le diga, lo que sea.

– Ésto si que suena gay, Alberto. – Dije mientras algo dentro de mí me hacía temblar.

– Bueno da igual, déjalo.

El resto del día lo pasamos en grande y ganamos el premio de ping pong por parejas. Entrada la tarde nos dieron tiempo libre para ducharnos, pero Alberto y yo estábamos tan entretenidos hablando en la habitación que se nos pasó el tiempo por completo. Así que fuimos a ducharnos mientras los demás estaban en las cocinas preparando la cena o jugando en el patio. Al rato de encender el agua y ver que ésta no se calentaba llamé a Alberto para ver si era cosa de mi ducha.

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– Que va, tío. Parecen que han cortado el agua caliente.

El agua fría resbalaba por su pelo moreno y recorría sus abdominales y pecho muy marcados para su edad. Tenía los pezones duros y se veía algo de vello púbico. No sé por qué pero esa imagen me excitó.

– Oye, ¿te parece raro si nos duchamos juntos? Es que el agua está congelada. – Propuso.

– Tu lo que quieres es verme la colita eh.

– Y qué si quiero.

Tras eso se abalanzó sobre mí y mientras nos besábamos cerró la puerta de la ducha. Comenzó a recorrer con sus manos grandes y firmes mi cuerpo fibrado, cuando llegó a la toalla me la arrancó. Me miró con su típica sonrisa pícara y volvió a besarme. Se quitó la toalla.

– Venga, estás bien, pero gano yo. De rodillas.

– No nos hemos apostado nada.

– Anda… que tienes ganas. – Dijo mientras tiraba de mi cabeza hacia el suelo.

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Nunca antes había hecho esto, ni me había planteado que me atrayesen los hombres, pero me puse de rodillas sin dudar. Su pene desprendía un olor fuerte y el sabor de su líquido preseminal me gustó. Comencé a lamerle la punta, pero no contento con ésto, tiró de mi cabeza para que me la metiera entera. Se me escapó una pequeña arcada en cuanto su glande rozó mi campanilla.

– Saca la lengua. – Ordenó, y tras eso me escupió.

Empezó a darme golpes con su grueso pene en la lengua y en el resto de la cara. Y tras un rato largo en el que fui aprendiendo a comérsela mejor me hizo darme la vuelta. Me puse con las manos contra la pared y el empezó a lamer mi ano. Sentía el calor de su respiración. Primero empezó jugando con su lengua, iba despacio alrededor de mi deseoso agujero. Después empezó a meterla y sacarla mientras con su otra mano me masturbaba. Por último se irguió y empezó a meterme su dedo índice lleno de saliva, al que al poco tiempo le acompañó otro. Me insistía en que no apretase el culo, que si no me dolería más.

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Empezó a meterme su pene lubricado sólo con nuestra saliva. Al prinicipio muy despacio, me escocía. Pero me dijo que después empezaría a disfrutar. Empezó lento pero de repente me envistió haciendo que sus huevos chocasen con los míos. Se me escapó un grito de dolor y placer. A lo que él me metió un par de dedos en la boca haciendo que yo empezase a chupárselos. Tras un rato en el que se quedó ahí quieto, dejando que mi ano se acostumbrase, empezó a moverse despacio y en círculos, para pasado un rato hacerlo con fuerza. Mientras me follaba intercalando un ritmo sueave con alguna que otra envestida, me escupió un par de veces en la boca. Estábamos en el climax. Íbamos a corrernos.

Insistió en que me corriera yo primero, y que lo hiciera encima de su pene. Obedecí. Comencé a gemir, estaba loco de placer, y ver como mi semen llenaba su pene y la mano con la que se estaba masturbando me excitó aún más. De rodillas, empecé primero a limpiarle la mano, chupándole cada dedo; después recorrí con la lengua cada uno de sus abdominales y sus piernas, para acabar metiéndome su pene lleno de mi propio semen. Al rato de chupársela guiado por su mano, comenzó a gemir, y apretándome la cabeza contra él, me metió su pene hasta el fondo, llenando mi garganta de su caliente leche mientras gemía. Me la tragué. Me levanté y nos besamos. Pasados unos cinco minutos en los que empezamos a asimilar lo que acababa de pasar, me dijo entre risas.

– Vaya, teníamos que haberlo hecho mucho antes.

– No sé, la próxima vez me toca a mi follarte.

– ¡Encima que lo he hecho por ti! Ya puedes decir con todas las de la ley que no eres virgen. – Añadió mientras me dió una cachetada en el culo. – Qué bien lo vamos a pasar.

– Ya veremos.

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